viernes, 9 de octubre de 2009

El hermanamiento de los pueblos celtas

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Aunque con un cierto retraso, publicamos hoy este interesante artículo sobre los pueblos celtas, escrito por la brillate periodista Mayra Machado y publicado en El Correo Gallego. En él se hace referencia a nuestra pasada estancia en Galway, Irlanda, y su amenidad e interés nos devuelven a la ancestral Erin para envolvernos en el verde de sus valles y la amabilidad de sus gentes.

Ver también: Gallegos en Irlanda

La llamada Liga Celta, integrada por las regiones o países que conservan lengua céltica (Cornuailles, Man, Gales, Escocia, Irlanda y Bretaña) ha negado a Galicia y Asturias la consideración de pueblo celta en base al discutible criterio de que no pervive en ellas la lengua.

Cuando se habla de cultura celta y de la pertenencia a ella de distintos pueblos o comunidades actuales se entra, sin duda, en un terreno resbaladizo en el que pueden cometerse graves errores. Factores culturales, genéticos, geográficos, históricos y linguísticos se mezclan una y otra vez y son invocados a menudo para intentar demostrar o negar las raíces comunes de aquellos pueblos.

Hace unos pocos años, un estudio coordinado por la Universidad de Oxford, en base al ADN de 10.000 personas en el Reino Unido e Irlanda, concluyó que existe una amplia base genética común entre irlandeses, bretones, escoceses, españoles del norte y, para sorpresa de muchos, ingleses. En base a esto, el estudio consideró que todos ellos son descendientes de pescadores de origen ibérico que cruzaron el Mar Cantábrico y se asentaron en las costas occidentales francesas y las Islas Británicas; ello podría ser compatible con la leyenda que nos narra cómo los descendientes del rey celta Breogán, para vengar una afrenta, decidieron conquistar Irlanda, cuyas costas aseguraban ver desde la Torre de Brigantium.

La coincidencia genética, además, reafirma la teoría inicial de que el núcleo originario de la cultura celta se situaría en Centroeuropa (Halstatt, La Téne) y que desde allí se expandió hacia el Oeste (la Galia, Península Ibérica y, desde ésta, a las Islas Británicas) y hacia el Este (Polonia y Ucrania, donde existe una región llamada Galitzia, llegando a las llanuras de la actual Anatolia, el país de los gálatas, de quienes San Jerónimo aseguraba hablaban una lengua similar al galo).

Ni siquiera el concepto “celta” es unívoco. Para muchos historiadores, celta o keltoi fue el nombre que, según los clásicos griegos, se daban a sí mismo algunos pobladores de Centroeuropa, organizados en muy diferentes tribus. Y son muchas las civilizaciones ibéricas de las que se ha predicado su raíz celta: astures, vacceos, vettones, arévacos e incluso vascones tendrían origen celta o “celtoide”. De hecho, los investigadores no se ponen de acuerdo en si el término “celtíbero” refleja la fusión de culturas celtas con íberas o si se refiere al conjunto de pueblos de origen celta que habitaron la Península; con todo, la opinión más extendida, fundamentada en la aparición de restos arqueológicos similares, parece referir un mayor asentamiento celta al oeste de una imaginaria línea que cruce la Península de Noreste a Suroeste, de Aragón a Gibraltar.

Sin embargo, ello dejaría fuera de la zona a ciudades como Segorbe, Castellón, la antigua Segobriga citada por los clásicos, en cuyo nombre puede apreciarse una doble raíz celta. Briga, probablemente fortaleza, aparece más o menos transformada en numerosos topónimos peninsulares y continentales como Brigantia (La Coruña o Betanzos), Bergantiños, Bregenz (Alemania) y muchos otros. Por ello quizá debamos conformarnos con suponer el asentamiento de tribus celtas por toda la Península, en mayor o menor mezcla con otras tribus de origen no celta y con mayor o menor resistencia a la fusión con otras culturas.

En lo que se refiere a Galicia, los autores hablan de una doble penetración celta. En el primer milenio a.c., pueblos celtas ocuparon la Península en oleadas sucesivas, desde donde se desplazaron hacia las Islas Británicas; siglos más tarde, en el siglo V d.c., celtas de Cornuailles y Gales, huyendo de las invasiones anglosajonas de Gran Bretaña, cruzaron el Canal de la Mancha y se asentaron en Armórica, la actual Bretaña francesa, llegando incluso a Galicia y Asturias. Existen topónimos como Bertoña, Pontevedra o Britonia/Santa María de Bretoña, en Lugo, o El Bretón (Avilés) y la aldea de Bretones en Vidiago, en Asturias, que de algún modo indican asentamientos en dichas zonas del noroeste peninsular.

Si nos referimos a las lenguas celtas, parece aceptarse la actual pervivencia de dos grandes grupos, insulares y continentales, siendo el gaélico irlandés y escocés los mas significativos representantes del primer grupo y el bretón, hablado en la actual Bretaña francesa, antigua Armórica, el único superviviente continental. En Galicia, según algunos lingüistas, se habló un idioma celta hasta el siglo VI d.c. para desaparecer por la presión del castellano y el portugués; quizá se trate del céltico aportado por la referida comunidad procedente de Bretaña. Pero parece existir sustrato céltico, de primera o segunda generación, en numerosas palabras castellanas y gallegas y especialmente en la toponimia.

Será mejor que dejemos a los expertos arqueólogos y lingüistas la resolución del enigma celta. O incluso quizá sea preferible dejar perdidos en la noche de los tiempos los secretos de esa compleja y misteriosa cultura y así contribuir a mantener el interés, el debate y el culto por lo celta.

En cualquier caso y, dejando a un lado los posibles parentescos genéticos y lingüísticos, procedan o no de un mismo pueblo común, son de destacar las similitudes y coincidencias entre algunos de los llamados pueblos celtas, como ocurre entre Galicia e Irlanda; así lo hemos podido constatar recientemente en el marco de una reciente visita realizada a Irlanda para celebrar un capítulo extraordinario de la Enxebre Orde da Vieira.

Además de las semejanzas entre el clima y la vegetación, la historia de ambos pueblos nos aporta algunas coincidencias. Su profunda religiosidad, que hunde sus raíces en creencias, ritos y deidades precristianas; las figuras de San Patricio y Santiago como referencias no sólo religiosas, sino también culturales; la dramática necesidad de emigrar a consecuencia de las enormes dificultades económicas del tortuoso siglo XIX; baste señalar que entre 1845 y 1849, a consecuencia de la Hambruna, casi un millón de irlandeses abandonó sus tierras para viajar a Estados Unidos e Inglaterra, entre otros destinos, cifra que se acerca a diez millones de irlandeses si extendemos el período a 1960.

Algo parecido hicieron los gallegos en, prácticamente, el mismo lapso temporal. Esa emigración necesaria aporta otra consecuencia en la que ambos pueblos coinciden: la capacidad de adaptarse a nuevos hábitats sin perder sus raíces, desarrollando un dinámico movimiento asociativo; en otras palabras, el orgullo de seguir siendo irlandeses y gallegos, lejos de sus tierras. En el caso irlandés se pone de manifiesto en relación con los eventos del Día de San Patricio, el 17 de Marzo, que congrega en todo el mundo y, especialmente en Nueva York, a miles de personas de origen irlandés ataviadas con el color nacional, el verde.

Finalmente, otro aspecto en el que se pueden apreciar semejanzas entre Galicia e Irlanda y por extensión, entre los pueblos celtas, tiene que ver con la música. Decenas de festivales de música tradicional celta se suceden en Irlanda, Bretaña, Gales, Galicia, Asturias e incluso Cantabria; así, se utilizan instrumentos musicales similares, aunque evolucionados, como también han evolucionado de forma diferente otros componentes culturales.

Fuera de los eventos multiceltas organizados más o menos oficialmente, hemos podido asistir recientemente en Galway y con gran emoción, a un pequeño e improvisado encuentro musical entre gaiteros gallegos y un grupo folk irlandés y hemos escuchado melodías y canciones populares gallegas e irlandesas interpretadas conjuntamente. Sin ánimo de proclamar contundentes conclusiones sobre la evidencia de conexiones celtas, que no nos corresponden, sólo podemos afirmar que aquello sonaba compacto y auténtico.

Otra vez lo real va por delante de lo oficial. Con o sin integración en entidades como la Liga Céltica, los pueblos que comparten culturas, tradiciones y experiencias tienden a comunicarse sin reparar en si se dan o no todos los factores definitorios de un pasado común. Dicho de otro modo, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, además de un pouquiño de auga.

mmachado@elcorreogallego.es