sábado, 4 de agosto de 2012

El Camino Francés

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      7.5.- El camino francés. El Códex, en su libro quinto, constituyó la primera guía de viajes conocida. Él va marcando pueblo tras pueblo, monte tras valle, los hitos del Camino; y va señalando los peligros y describiendo lo que ve con sus ojos de francés, pues francés era Aimerico (Aymeric Picaud), su supuesto autor. Y no lo hace mal, al menos en cuanto se refiere a la descripción de los paisajes y de las distintas industrias de los pueblos que cruzaba, pero luego estaban los hombres, las gentes; y en esto el bueno de Aimerico pierde los papeles. Para él sólo son buenos y valientes sus vecinos (...bellos y valientes guerreros...), mas, en cuanto entra en tierras extrañas, los hombres se le vuelven sombras monstruosas, con actos depravados e incalificables. Sigamos la guía del francés hasta Navarra, cuyas riquezas alaba ( ...tierra considerada feliz por el pan, el vino, la leche y los ganados) pero a cuyos hombres denigra:

      Los navarros son feos en el vestir y en el comer, que si los veis reputaréis  de cerdos o de canes. La lengua, bárbara, que si los oyeses hablar te recordarían el ladrido de los perros; las gentes llenas de toda malicia, feas, perversas, pérfidas, de fe corrupta, libidinosas, borrachas, doctas en toda clase de violencia; faltos de cualquier virtud y diestros en vicios e iniquidades, parecidos en maldad a los getas y sarracenos, que por sólo un dinero matan a un francés. Y continua con su sambenito sobre estos pobres hombres: También usan los navarros de las bestias en sus ayuntamientos, pues se dice que el navarro pone un candado en las ancas de su mula para que nadie se le acerque, sino él mismo...

      ¿Qué le habrían hecho los pobres navarros al francés Aimerico? Quizá había leído al obispo Turpin y le dolían con retraso los golpes recibidos por las huestes de Carlomagno en el paso de Roncesvalles:

                             ¡Mala la vísteis franceses,
                             la caza de Roncesvalles!
                             Don Carlos perdió la honra,
                             murieron los doce pares...

Sí, quizá. En todo caso, alguna virtud tenía que adornarles, y Aimerico se muestra más equilibrado en el párrafo que sigue: son, no obstante, religiosos y devotos, buenos en batalla campal, malos en asalto a castillos, justos en el pago de diezmos y asiduos en las ofrendas a los altares. Y ese mismo equilibrio lo muestra al tratar los asuntos materiales, pues supo apreciar en sus justos términos la belleza de sus tierras y de sus pueblos.

      Más allá de Estella (...fértil, con buen pan y excelente vino...), el camino se dirige a Logroño, la capital de la Rioja y del Rioja, y luego, por tierras de Santo Domingo de la Calzada, hacia Castilla.

      Pasados los montes de Oca, hacia Burgos, sigue la tierra de los españoles... Esta tierra está llena de tesoros, de oro y plata, produce tejidos y vigorosos caballos, abundan el pan y el vino, la carne y el pescado, la leche y la miel. Sin embargo carece de arbolado y está llena de hombres malos y viciosos.

      Las verdes montañas van dejando sitio a los amplios páramos de tierras arcillosas y blancuzcas, tierras de silencio y lejanía, de hombres rudos, que no malos ni viciosos, y pueblos escasísimos. La tristeza invade el alma del solitario caminante ante cuyos ojos se extiende un horizonte infinito:

                       La tristeza que tiene mi alma
                       por el blanco camino la dejo,
                       para ver si en la noche estrellada
                       a muy lejos la llevan los vientos...
(Federico García Lorca)

      Y sigue el camino. Van pasando Burgos y sus torres, Frómista con su iglesia románica bellamente restaurada, Sahagún con su antigua abadía cluniacense capaz de proporcionar a los peregrinos sesenta camas y la renta de dos mil fanegas de trigo, y León, una ciudad que tuvo reyes antes que Castilla leyes.

      Más allá, pasado el Órbigo, donde don Suero de Quiñones había fijado su desafío (el llamado Paso Honroso), el camino cruza el Bierzo y se dirige a Galicia:

      Pasada la tierra de León y los puertos del monte Irago y monte Cebreiro, se encuentra la tierra de los gallegos. Abunda en bosques, es agradable por sus ríos, sus prados y riquísimos manzanos, sus buenas frutas y sus clarísimas fuentes; es rara en ciudades vides y labradíos. Escasea en pan de trigo y vino, abunda en pan de centeno y sidra, en ganados y caballerías, en leche y miel y en grandísimos y en pequeños pescados de mar; es rica en oro y plata, y en tejidos y pieles silvestres, y en otras riquezas, y sobre todo en tesoros sarracenos. Los gallegos, pues, se acomodan mejor a las costumbres de nuestro pueblo galo, pero son iracundos y muy litigiosos.

      Aquí Aimerico se esfuerza en alabar tierras y riquezas, pero al hablar de los hombres, no podía ser de otro modo, no hace sino dedicarnos algún adjetivo de los que tanto gusta: iracundos y litigiosos, que no está mal, especialmente si recordamos lo que opinaba de los navarros.

      Y pasado el Cebreiro, con su santuario conceptuado como el más antiguo monumento del camino, el paso se acelera hacia Santiago. Van pasando Sarria, con su viejo hospital de los Caballeros de San Juan de Jerusalén; Portomarín, escondido bajo las aguas de un embalse; Melide, con su iglesia del Sancti Espiritus; Arzúa; el monte del Gozo... y, al final, Compostela. Allí, en la catedral, gente que se apretuja para acceder a las proximidades del altar; padres que cogen de la mano a sus hijos para no perderlos entre la multitud; hijos que preguntan a sus padres con palabras de Lorca: ¿y cómo son las estrellas aquí?; padres que responden distraídos: hijo mío, igual que en el cielo...

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