lunes, 13 de mayo de 2013

Apuntes Jacobeos: La gallina que cantó después de asada


Largo y duro es el camino, y duras y frías debían ser las noches pasadas en malas camas, con escasa ropa, o en húmedos pajares. Sólo la charla con el ocasional compañero de camino o de albergue podía hacer olvidar tanto sufrimiento. Y, para el peregrino devoto, ningún tema de conversación mejor que la narración de viejas leyendas, de recientes milagros. Su cuerpo se sentiría animado a continuar con el esfuerzo y su alma se reconfortaría oyendo de tanto buen hombre dedicado a la ayuda humanitaria. Muchas de esas leyendas fueron recogidas por escrito por los primeros hombres del camino y gran parte de ellas llegaron hasta nosotros plenas de sencillez e ingenuidad. He aquí algunas.


8.1.- El canto de la gallina. Estamos en Santo Domingo de la Calzada. En una de las versiones del milagro, nos cuenta el señor de Caumont: Un peregrino y su mujer iban a Santiago y llevaban con ellos un hijo que tenían muy guapo mozo, y en la posada en que se alojaron por la noche había una sirvienta que se enamoró mucho de dicho muchacho, y porque él no le hizo caso, se indignó tanto con él que por la noche, mientras dormía, entró en su cuarto y metió en su escarcela una taza de plata de las del posadero...

A la mañana siguiente, padres e hijo partieron hacia Santiago sin desconfiar nada. Pero la doncella avisó al posadero de la falta de la pieza y hasta le sugirió quienes debían ser los culpables. La correspondiente persecución y posterior inspección de los zurrones condujo a la inculpación del joven, que fue llevado ante la justicia y condenado a la horca.

Como era de esperar, los padres estaban entre incrédulos y abochornados por los acontecimientos, pero no por ello suspendieron su viaje a Compostela, sino que, dejando a su hijo colgado de la horca, aprovecharon para ir y pedir al Apóstol su intercesión para conseguir el perdón del muchacho. No se demoraron en Santiago, y pronto estuvieron de nuevo en Santo Domingo; mas, cuando se acercaron a la horca de la que pendía el cuerpo de su hijo para rezar por él y pedir a Dios por su alma, éste les habló con naturalidad y les dijo que se encontraba perfectamente bien, incluso sin molestias ni cansancio...

Comprendiendo los padres lo milagroso de la situación, corrieron a contárselo al juez quien, casualmente, se encontraba a punto de comerse una gallina recién asada. Cuanto más insistían los atribulados peregrinos para que ordenara la libertad de su hijo, más aumentaba el gesto de sonrisa en la incrédula cara del juez, que ya se aprestaba a trinchar la gallina. Finalmente, entre risas murmuró: más creería yo en que fuera a cantar esta gallina asada que en que lo hiciera el ahorcado...

Y entonces cantó la gallina, y se asustó el juez, y todos corrieron a la horca, y allí estaba el muchacho con tan buena salud como siempre... Y todavía hoy se conserva en la iglesia una gallina, de la estirpe de la que cantó después de asada, y yo la he visto, y es completamente blanca

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